miércoles, mayo 11, 2005

Manifiesto

Anoche te amé por última vez. Te di mi beso suplicante entre tus mástiles, te di mi insomnio de caricias y miradas grabadoras, captando tu piel, tu respiración a veces calma, a veces agitada. El olor de tu pelo, de tu piel, de tu cuerpo tantas veces mio, ahora dormido, ignorante de mi observación.
Anoche llovió en todos nuestros lugares y a veces tembló la tierra haciendo caer nuestros refugios. Anoche contigo despedimos la juventud de nuestros cuerpos, de las almas y las inocencias. Mientras dormías, tu decisión se ajustaba a mi destino, tu decisión borró con el alma mis autoprofecías, tu voz fría anuncio la guerra entre este mundo y el mio.
Veo tu carita en el vidrio. La veo alejarse como una historia a veces vista en pantallas. Mi cara estalla en gotitas de sangre, en sudor y lágrimas que te despiden. Ahí, en ese terminal te recibí hace años, y hoy te acompaño a la huída.
Tu eres mi amor. Me convertiste en niño mil veces, me conjugaste verbos desconocidos, me robaste mi espíritu y me transformaste en un alma errante. Me declaraste loco, insano, incurable. Me declaraste en discursos el invierno. Me condenaste a los rincones, a los sentimientos roedores de tu cuerpo ahora ajeno.
Llévate mi cruz, llévate el deseo de mi cuerpo. Mientras depositas tu ira y tu hielo, mientras las cadenas del error atan mi persecusión, yo limpio los cristales sangrientos, retoco los recuerdos para mi y mi descendencia. Y tu furia se desata casi elegante en mi desliz, tu espada me firma la indiferencia en mi carne aún fresca. Preparas la escena. Y el metal oxidado me divide, mientras en el fondo de los pastos de tu mirada, veo huir llorando a la niña que me amaba.
La ciudad me insulta con su trajín. Yo vuelvo con estigmas. Revelo mis heridas en las micros. Miro fijo el universo y lo arrastro hasta hacer caer esta gente que me ve llorar por ti. Pero ellos no te ven, y las miradas se suceden y yo los insulto con mi aspecto de comisario que camina herido de balas asesinas. Y logro avanzar. Logro llegar hasta mi cigarrera vieja. Y aunque el humo me respire lo poco que me queda, dibujo con la boca una aureola para tu huída asesina, para que mi cruz te perdone, para que la aureola sea el pasaporte a tu felicidad.