miércoles, mayo 11, 2005

Caipasua

Mi corazón se ahoga en los rincones del cuerpo,
Hoy mueren los hombres balbuceando,
los nombres de mujeres asesinas,
Ella envenenó mis palabras,
me hizo matar los espejos,
ella se lleva mis años locos, mi ceguera.
Mi bicicleta se oxida,
y la cajita se esconde en las noches,
evitando la humedad del recuerdo.
Yo tengo el ánimo muerto,
bajo unas estrellas de mierda,
que se ríen de la historía.
Y mis hombres de la guerra
mutilados por caprichos generales,
me revelan el fin de este país,
que no supo conservar su independencia.
Los muertos balbuceaban los nombres,
de mujeres asesinas,
dijeron que ellas vestían con simpleza,
dijeron que les robaron las medallas,
escupieron sus heridas,
rompieron las fotos de familias,
dijeron tantas cosas parecidas,
y yo enmudecí por respeto y condolencia,
Mientras ella cierra mis párpados,
siento el balbueceo de los nombres,
el parecido que me hablaba,
la mirada ya sin brillo,
siento la muerte atravesando mis pasillos,
siento la historia abandonando mi camino,
ella tiene pistolas de fuego en las manos,
y me dispara las piernas,
me detona la voz,
me destruye los castillos milenarios,
me abandonan las aves,
ella quema los mapas de regreso,
y destruye las contraseñas.
Ella es quien su nombre balbueceaban.
Mientras me apunta el destino en la frente,
me maldice y la maldigo,
me hipnotiza los últimos momentos,
porque creo amarla más que antes,
pero la muerte se avecina,
siempre los viernes, siempre los domingos,
siempre se me mueren las palabras,
me agonizan los recuerdos.
Ella me apunta el destino en las manos,
reparte el naipe envenenado,
fiscaliza mi dolor y lo disfruta,
ella se lleva mis ropajes,
ella se convence de mi muerte.
Mientras la sangre se me escapa de los ojos,
mientras los hombres balbucean,
yo le digo calladito que me espere,
que me deje hacer y ser como yo quiero,
que me deje amar antes que terminen,
los mejores años de mi vida,
las mejores lágrimas del mundo.
Ella me venda el corazón pa´ siempre.
MI corazón se ahoga en los rincones del cuerpo,
balbuceando su nombre lleno de tristeza,
ella se lleva mis mejores ropas,
ella me deja desnudo ante la vida.
Mi corazón se oxida en la humedad de penas,
y las salas, los paseos, las siestas,
contraseñas, desventuras, clases y distancias,
traiciones, besos, largos besos,
se me aparecen como diciendome,
que la vida se la lleva ella,
y que hoy se muere la historia,
y que el amor es más fuerte,
cuando la muerte me atropella.

El Tiempo destruye todo

Abro los ojos. Respiro el polvo. Las palomas se han largado apenas he caído. Los mimos no me joden, hasta creo escuchar sus comentarios.
Esta plaza nunca ha estado tan vacía como este domingo. Todos los canallas que caminan, me miran sin detenerse, pensando que soy borracho, que la sangre es fruto de mi irresponsabilidad, no de ser víctima. Pienso que puedo retorcerme en círculos, para mirar las torres de la catedral y a la vez para marcar el lugar como un compás humano. Una máquina con ruedas viene hacia mi limpiando las baldosas. Dos mocosos me registran los bolsillos. Ojalá no encuentren la bolsita donde guardo nuestra foto. "Tú podrías ser mi hermano" grita en la esquina un pastor sin afeitar.
Pienso que pronto llegarás. La sangre se ha puesto fea y me averguenzo. Ojalá la máquina con ruedas alcancé a llegar a esta esquina. No puedo dejar que me veas asi. Un tipo con un tablero de ajedrez bajo el brazo, se detiene para mirarme. "Señor, por favor. Necesito ayuda para desplazarme, pero un poco más allá. Eso. Aléjeme del charco, no quiero que ella piense que esa sangre fea es mía", quise decir esto pero no pude. Lo pensé mucho. Quizás debí decir otra cosa.
No quiero que la hora pase de nuevo. Recuerdo cuando fuímos a Bandera. Pasamos por aquí discutiendo, sacaste un cigarro y me dijiste que lo nuestro estaba muerto. Yo sólo veía el perfil de tu boca con el humo a contraluz. Yo no quería que la hora pasara. "El que cree, vivirá por siempre" gritó el pastor, y yo aproveché de usar su frase para convencerte.
Tengo sueño. También un poco más de frío. Trato de imaginarme como seré hoy, o como podría verme de pie, caminando a la velocidad de los turistas. Imagino que llueve, que corremos desde la Alameda por Ahumada. Y la calle está vacía, porque yo lo quiero así. Por que creo y por eso viviré por siempre. Y tú ríes porque en Moneda un auto nos empapa. Parece que llegaremos tarde a nuestra boda, seremos los únicos, que divertido, los novios serán los únicos. En Huérfanos, los mimos nos persiguen, haciendo reir a los curiosos.
Al llegar a la plaza, el tiempo comienza a detenerse. Cientos de palomas que dormían en la catedral, empiezan a volar hacia nosotros, y son tantas que te pierdo, que caigo al suelo intentando mantener la vista, fija en tu vestido blanco que se arranca hacia la iglesia. El vuelo rasante duró demasiado. Sentía el suelo mojado. Recordé como llegamos hasta acá, hasta esta fecha tan importante. Y como era cierto lo de creer, lo de la vida eterna.
El aleteó terminó. Casi no lo podía creer. Me pusé de pie. Tomé todo el aire de la plaza, y caminé hacia donde creo que podrías estar esperando. Tengos los ojos húmedos. El cielo está casi negro. Y detrás de una columna veo salir el humo de un cigarro.
Estoy listo para partir de nuevo. Para renacer frente a este lugar, para unir la historia de mi patria con la mía, con la nuestra. Y me acerco mirando el suelo, como para comenzar a mirarte desde los pies hasta los ojos, como si el haz de mi mirada te embrujara todo el cuerpo. Pero no encuentro tus pies blancos. Me estoy desesperando, pero no quiero levantar la vista. No quiero estropear mi brujería. Y me arrodillo. Porque en el fondo quiero creer. Y cierro los ojos, porque me concentro en que esto es posible.
Abro los ojos. Respiro el polvo. Las palomas se han largado apenas he caído.

Manifiesto

Anoche te amé por última vez. Te di mi beso suplicante entre tus mástiles, te di mi insomnio de caricias y miradas grabadoras, captando tu piel, tu respiración a veces calma, a veces agitada. El olor de tu pelo, de tu piel, de tu cuerpo tantas veces mio, ahora dormido, ignorante de mi observación.
Anoche llovió en todos nuestros lugares y a veces tembló la tierra haciendo caer nuestros refugios. Anoche contigo despedimos la juventud de nuestros cuerpos, de las almas y las inocencias. Mientras dormías, tu decisión se ajustaba a mi destino, tu decisión borró con el alma mis autoprofecías, tu voz fría anuncio la guerra entre este mundo y el mio.
Veo tu carita en el vidrio. La veo alejarse como una historia a veces vista en pantallas. Mi cara estalla en gotitas de sangre, en sudor y lágrimas que te despiden. Ahí, en ese terminal te recibí hace años, y hoy te acompaño a la huída.
Tu eres mi amor. Me convertiste en niño mil veces, me conjugaste verbos desconocidos, me robaste mi espíritu y me transformaste en un alma errante. Me declaraste loco, insano, incurable. Me declaraste en discursos el invierno. Me condenaste a los rincones, a los sentimientos roedores de tu cuerpo ahora ajeno.
Llévate mi cruz, llévate el deseo de mi cuerpo. Mientras depositas tu ira y tu hielo, mientras las cadenas del error atan mi persecusión, yo limpio los cristales sangrientos, retoco los recuerdos para mi y mi descendencia. Y tu furia se desata casi elegante en mi desliz, tu espada me firma la indiferencia en mi carne aún fresca. Preparas la escena. Y el metal oxidado me divide, mientras en el fondo de los pastos de tu mirada, veo huir llorando a la niña que me amaba.
La ciudad me insulta con su trajín. Yo vuelvo con estigmas. Revelo mis heridas en las micros. Miro fijo el universo y lo arrastro hasta hacer caer esta gente que me ve llorar por ti. Pero ellos no te ven, y las miradas se suceden y yo los insulto con mi aspecto de comisario que camina herido de balas asesinas. Y logro avanzar. Logro llegar hasta mi cigarrera vieja. Y aunque el humo me respire lo poco que me queda, dibujo con la boca una aureola para tu huída asesina, para que mi cruz te perdone, para que la aureola sea el pasaporte a tu felicidad.

domingo, abril 24, 2005

Tu verdad es sólo un testimonio descabellado.

La Teoría de las Zapatillas

Cuando pendejo siempre sentí fascinación por los límites. En la carretera, mientras viajábamos a la playa, llevaba la cara pegada al vidrio, mirando los letreros que anunciaban el comienzo de una nueva ciudad o región. Pero lo obsesivo estaba en saber en lugar exacto del cambio. Después llegaba a mirar el atlas y los mapas, y me entusiasmaba la idea de ver una línea divisoria y saber que yo había estado ahí, en el límite de una cosa con otra.

Creo que tenía 7 años, cuando en clase de Ciencias Sociales, vi por primera vez una línea de tiempo, con ilustraciones que representaban cada época de la historia del hombre. Y siempre la cruz al medio de esa línea, y los años antes y después.

Recuerdo también al medir mi altura, los ojos justo frente a los 120 centímetros, sin zapatos. Y que cuando miraba hacia arriba, veía bastante lejos los 175 que tengo ahora.

Mi abuela me habló del año 2000 y el Apocalipsis. Me hablo del 73, y de un mundo que me parecía militar. Mi abuela me habló de todo. Recuerdo haber dormido muchos años en su pieza cuando niño y siempre su radio estaba encendida. En las noches, yo intentaba dormir pero escuchaba un radio teatro de terror que estimulaba más mi cabeza y mis miedos.

Recuerdo la línea del tren en el sur. Y me veo agachado con la oreja en el riel, pensando que ese metal era tan largo como para llegar a Santiago, y era tan exacto como para seguirlo y no perderse.

Recuerdo los vía crucis en semana santa, desde la parroquia de mi barrio. Subir al metro con mi viejo y llegar de un extremo al otro de la línea uno. Recuerdo los partidos de fútbol en el parque, que siempre se tenían que acabar porque ya la pelota no se veía. Y hoy me da mucha rabia no haber sabido cual iba a ser el último partido con mis amigos del barrio. Recuerdo haber llorado mucho imaginando la muerte de mis padres y mi abuela.

No me dejaban jugar ni ver tele de noche.

Hoy sé que dejé de ser niño cuando comenzaron a gustarme las niñas.

Podría detallar tantas imágenes frescas de lo que fui.

Pero en algún momento, yo dejé de tener recuerdos conscientes. Yo quise acelerarlo todo y olvide despedirme o guardar algo para mi. Sólo tengo lo que mi madre quiso guardar de todo eso y me da rabia no haber guardado la última pelota del último partido.

En algún maldito momento deje de vivir hoy y lentamente también comencé a vivir pensando en mañana. De ahí en adelante, solo sé de tropiezos. Un pendejo solo se viste con zapatillas porque eso es lo único que le importa. El resto es sólo ropa.

Pero los tropiezos llegaron con las modas, las ondas y las ganas de tener 15, 18 o 21. Yo no sé que ha pasado desde ese último partido de fútbol en el parque. Han sido casi 15 años inciertos donde mis recuerdos sólo son miedos.

Yo no tengo recuerdos físicos de mi infancia. Sólo las cicatrices en las rodillas. No tengo fotos de mis amiguitos. No guarde esa pelota maldita.

Como todo bastardo que se precie, tengo llena la pieza de esa mierda inconsistente de recuerdos de adolescente. Pedazos de momentos, millones de principios inconclusos. Tengo fotos de otros bastardos que nunca fueron amigos. Estuve con minas que nunca recuerdo y gasté tanto de todo para aparentar ser el mejor de los bastardos.

En algún momento pensé que esa mierda incolora se acababa. Sentí más coherencia en la cabeza, pero llené la pieza con afiches con mi nombre. Mi corazón se sacudió al punto de sentir amor, pero me creí astuto eludiendo sus penas, engañándolo con alcohol o serviciales cardiólogas.

Llevo casi 12 horas sentado recordando que ha pasado hasta hoy. Hay muchas cosas que no he dicho, no por falta de importancia. Pero lo más importante que puedo decir, es que hoy estoy saliendo de una ciudad confusa e hiriente. Voy por la carretera y veo un gran letrero verde anunciando otra ciudad. Llevo la cara pegada al vidrio, dispuesto a no perderme ningún detalle del límite. O voy en el vagón sintiendo los frenos del tren, oliendo el nuevo pueblo antes de parar. Y al igual que ese pendejo que jugaba con los límites, veo mi línea de tiempo un poco más clara hacia atrás. Yo también inventé el fuego y la rueda. Miro hacia delante y no veo nada. Pero sé que debo colocar algo en este punto.

Aún duermo con la radio prendida y casi todos los días cruzo el mismo puente y el mismo parque donde algún día jugué por última vez. Siempre este ha sido mi barrio.

No sé porque estoy haciendo esto, pero parece necesario. Yo no sé cuando será la última vez que nos veamos o hablemos. Tampoco conozco el momento en que la distancia que existe entre nosotros se hará tan grande que nos atemorizará acortarla. Pero sé que aún tengo tiempo de decirte que no me olvides y que me perdones.

Ahora debo colocar algo bajo mis zapatillas. Y tengo tallada una cruz bonita y lo suficientemente notoria como para clavarla en mi línea, en mi historia. Como un límite que marque en forma satelital mi corazón.