miércoles, mayo 11, 2005

El Tiempo destruye todo

Abro los ojos. Respiro el polvo. Las palomas se han largado apenas he caído. Los mimos no me joden, hasta creo escuchar sus comentarios.
Esta plaza nunca ha estado tan vacía como este domingo. Todos los canallas que caminan, me miran sin detenerse, pensando que soy borracho, que la sangre es fruto de mi irresponsabilidad, no de ser víctima. Pienso que puedo retorcerme en círculos, para mirar las torres de la catedral y a la vez para marcar el lugar como un compás humano. Una máquina con ruedas viene hacia mi limpiando las baldosas. Dos mocosos me registran los bolsillos. Ojalá no encuentren la bolsita donde guardo nuestra foto. "Tú podrías ser mi hermano" grita en la esquina un pastor sin afeitar.
Pienso que pronto llegarás. La sangre se ha puesto fea y me averguenzo. Ojalá la máquina con ruedas alcancé a llegar a esta esquina. No puedo dejar que me veas asi. Un tipo con un tablero de ajedrez bajo el brazo, se detiene para mirarme. "Señor, por favor. Necesito ayuda para desplazarme, pero un poco más allá. Eso. Aléjeme del charco, no quiero que ella piense que esa sangre fea es mía", quise decir esto pero no pude. Lo pensé mucho. Quizás debí decir otra cosa.
No quiero que la hora pase de nuevo. Recuerdo cuando fuímos a Bandera. Pasamos por aquí discutiendo, sacaste un cigarro y me dijiste que lo nuestro estaba muerto. Yo sólo veía el perfil de tu boca con el humo a contraluz. Yo no quería que la hora pasara. "El que cree, vivirá por siempre" gritó el pastor, y yo aproveché de usar su frase para convencerte.
Tengo sueño. También un poco más de frío. Trato de imaginarme como seré hoy, o como podría verme de pie, caminando a la velocidad de los turistas. Imagino que llueve, que corremos desde la Alameda por Ahumada. Y la calle está vacía, porque yo lo quiero así. Por que creo y por eso viviré por siempre. Y tú ríes porque en Moneda un auto nos empapa. Parece que llegaremos tarde a nuestra boda, seremos los únicos, que divertido, los novios serán los únicos. En Huérfanos, los mimos nos persiguen, haciendo reir a los curiosos.
Al llegar a la plaza, el tiempo comienza a detenerse. Cientos de palomas que dormían en la catedral, empiezan a volar hacia nosotros, y son tantas que te pierdo, que caigo al suelo intentando mantener la vista, fija en tu vestido blanco que se arranca hacia la iglesia. El vuelo rasante duró demasiado. Sentía el suelo mojado. Recordé como llegamos hasta acá, hasta esta fecha tan importante. Y como era cierto lo de creer, lo de la vida eterna.
El aleteó terminó. Casi no lo podía creer. Me pusé de pie. Tomé todo el aire de la plaza, y caminé hacia donde creo que podrías estar esperando. Tengos los ojos húmedos. El cielo está casi negro. Y detrás de una columna veo salir el humo de un cigarro.
Estoy listo para partir de nuevo. Para renacer frente a este lugar, para unir la historia de mi patria con la mía, con la nuestra. Y me acerco mirando el suelo, como para comenzar a mirarte desde los pies hasta los ojos, como si el haz de mi mirada te embrujara todo el cuerpo. Pero no encuentro tus pies blancos. Me estoy desesperando, pero no quiero levantar la vista. No quiero estropear mi brujería. Y me arrodillo. Porque en el fondo quiero creer. Y cierro los ojos, porque me concentro en que esto es posible.
Abro los ojos. Respiro el polvo. Las palomas se han largado apenas he caído.